El valle de Bujaruelo. Menos mal que nos queda la luz…

Uno de los principales motivos por el cual me compré mi primera cámara réflex, fue mi primera visita a los Pirineos. En esa primera visita al valle de Ordesa, creo que fui embrujado por esa luz tan especial que se puede apreciar dentro de sus bosque y a partir de ahí, no me quedó más remedio que tratar de constatarlo fotográficamente. Y así fue, ese mismo año me compré mi primera cámara réflex (una PRAKTICA BC1) y volví en años sucesivos allí fascinado por aquella luz, cargado de carretes en blanco y negro que yo mismo me bobinaba y de diapositivas de todas clases. Mi primer contacto con el valle de Bujaruelo fue en el año 87 y marcó en mí una sensación muy intensa, de contacto con la naturaleza y sobre todo, de un factor que hoy es muy difícil de experimentar. Me refiero a la soledad. Cuando descubrí este precioso valle sólo encontré un refugio en mal estado y ni una sola tienda de campaña. Al abrir aquella chirriante puerta de madera del refugio, sólo dos solitarios montañeros se encontraban en su interior tomándose algo caliente al lado de un hogar. Fue como llegar al principio del fin.
En otras visitas también llegué a estar sólo o como mucho y temporalmente con unas pocas tiendas de campaña, generalmente de montañeros que iban a subir algún pico de los alrededores o a realizar una travesía. En el año 89 fui dos veces, una en marzo y otra en diciembre y también pude plantar la tienda en la más absoluta de las soledades. Desde esa fecha no había vuelto a ir a este magnífico valle.
Aunque había oído comentarios de lo cambiado de esa zona, no podía imaginar que lo me encontré hace unos días, cuando después de más de 20 años regresé. Creo que hace 4 o 5 cinco años limitaron el acceso a la entrada del Parque Nacional, pudiéndolo hacer sólo en autobuses que salen de Torla y eso imagino que ha influido en el hecho de que Bujaruelo, haya incrementado sus visitas al no tener esa restricción. Cuando llegué a mi Bujaruelo querido, lo encontré colapsado por coches, tres campings activos, y un aparcamiento repleto de vehículos en el fondo del valle. En lugar de aquel refugio con solera que encontré en el pasado (hoy totalmente reformado) se levantaban dos estructuras más. Ya no se puede acampar sino es el el camping (osea pagando) y sobre todo y lo más impactante, fue la presencia de las nuevas tecnologías. Paneles solares, parabólicas y hasta wifi tanto en el refugio como en el camping. No soy precisamente yo un enemigo de la nuevas tecnologías….sino todo lo contrario, pero no en ese contexto. Casi fue un shock y eso me hizo reflexionar ¿Qué queda de aquella soledad que me embriagaba?.
En la década de los 80 cuatro éramos los colgados que abogábamos por la conservación de la naturaleza, pero bien es sabido que aquello que no se conoce difícilmente lo puedes defender y en ese sentido cuanto más gente lo conozca y lo disfrute (aunque sea a su manera) mejor. Eso conlleva que cada uno de nosotros tiene el mismo derecho a disfrutar de ese medio, pero cuando ese medio se satura puede llegar a perder su encanto. Espero que a la m

Uno de los principales motivos por el cual me compré mi primera cámara réflex, fue mi primera visita a los Pirineos. En esa primera visita al valle de Ordesa, creo que fui embrujado por esa luz tan especial que se puede apreciar en el interior de sus bosques y a partir de ahí, no me quedó más remedio que tratar de constatarlo.

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Y así fue. Ese mismo año me compré mi primera cámara réflex (una PRAKTICA BC1) y volví allí en años sucesivos fascinado por aquella mágica luz. Iba cargado de carretes de diapositivas y de blanco y negro que yo mismo bobinaba, inspirado por el también recién descubierto Ansel Adams.

Mi primer contacto con el valle de Bujaruelo fue en el año 87 y marcó en mí una sensación muy intensa de contacto con la naturaleza y sobre todo, de un aspecto que hoy es muy difícil de experimentar. Me refiero a la soledad. Cuando descubrí junto a unos amigos este precioso valle sólo encontramos un refugio en mal estado y ni una sola tienda de campaña. Al abrir aquella chirriante e intrigante puerta de madera del refugio, sólo dos solitarios montañeros se encontraban en su interior tomándose algo caliente al lado de un hogar que ardía con vehemencia. Fue como llegar al principio del fin.

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En otras visitas también llegamos a estar solos o como mucho y temporalmente con unas pocas tiendas de campaña que generalmente eran de montañeros que iban a subir algún pico de los alrededores o a realizar alguna travesía. En el año 89 fui dos veces, una en marzo y otra en diciembre y también pudimos plantar la tienda en la más absoluta de las soledades. Desde esa fecha no había vuelto a ir a este magnífico valle.

Aunque había oído comentarios de lo cambiado de esa zona, no podía imaginar que lo me encontré hace unos días, cuando después de más de 20 años regresé. Creo que hace 4 o 5 cinco años limitaron el acceso a la entrada del Parque Nacional, pudiéndolo hacer sólo en autobuses que salen desde Torla y eso imagino que eso ha influido en el hecho de que Bujaruelo, haya incrementado sus visitas al no tener esa restricción. Cuando llegué a mi Bujaruelo querido, lo encontré colapsado por coches, dos campings activos, un mesón y el fondo del valle repleto de vehículos. En lugar de aquel refugio con personalidad que encontré en el pasado (hoy totalmente reformado) se levantaban dos estructuras más. Ya no se puede acampar sino es en el camping (osea pagando) y sobre todo y lo más impactante, fue la presencia de las nuevas tecnologías. Por supuesto la vieja emisora de radio, ha cedido el paso al teléfono fijo al que actualmente puedes llamar. Paneles solares, parabólicas y hasta wifi tanto en el refugio como en el camping, son otras muestras más del progreso. No soy precisamente yo un enemigo de la nuevas tecnologías….más bien todo lo contrario, pero no en ese contexto. Fue tan impactante que me hizo reflexionar ¿Qué queda de aquella soledad que me embriagaba y de ese contacto con la naturaleza tan íntimo, tan cercano, tan genuino?

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En la década de los 80, cuatro éramos los colgados que abogábamos por la conservación de la naturaleza, pero es bien sabido que aquello que no se conoce difícilmente se puede defender y en ese sentido cuanto más gente lo conozca y lo disfrute (aunque sea a su manera) mejor. Eso conlleva que cada uno de nosotros tiene el mismo derecho a disfrutar de ese medio natural, pero cuando ese medio se satura puede llegar a perder su encanto. Espero que a la montaña no le pase dentro de unos años, lo que le ha sucedido a la costa. Menos mal que nos queda la luz…

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